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sábado, 12 de marzo de 2011

Vargas Llosa en Estocolmo: ¿En qué momento se arregló el Perú?

GESTION.- Escribo estas líneas con inmensa emoción porque uno de los hombres que más admiro está a punto de recibir el premio que su trabajo, desde hace mucho tiempo, merece.

Y lo hago sin ser, en el sentido estricto de la expresión, un hombre de letras.

Pero el no serlo no me impide expresar lo feliz que me siento por este extraordinario acontecimiento y el impacto que, con toda seguridad, tendrá en la autoestima de los peruanos. 

Por lo pronto, ¿cuántos países tienen a una de las nuevas siete maravillas del mundo en su territorio, grado de inversión en sus finanzas y Premio Nobel en su literatura?

En todo caso, eso de ser un país productor de buenas noticias es también una buena noticia. 

Vargas Llosa es un Nobel de derecha como Saramago era un Nobel de izquierda, y sin embargo ambos son absolutamente geniales porque el talento y la pasión los hacen universales.

Y estos calificativos, que podrían sonar a herejía, lo que buscan es recordarnos que un premio como éste, por muy grande que sea, no cambia las ideas, "sólo" las masifica.

Vargas Llosa no se va a moderar con el premio, ni va a dejar de opinar políticamente ni de interesarse socialmente.

Porque él no es solamente libros y ficción, también es artículos y realidad, y consecuencia y compromiso, y energía y vitalidad, y disciplina.

"La verdad de las mentiras", "el lenguaje de la pasión" o "la tentación de lo imposible" son sólo una muestra de "la suntuosa abundancia" con la que nos ilustra.

Siempre he creído que el virtuoso que trabaja, consigue más de lo que busca. Ahora Vargas Llosa lo confirma. La calidad crece con el esfuerzo.

Para el escritor arequipeño, cochabambino, piurano, limeño, madrileño, parisino, londinense y barcelonés, cuya obra ha sido traducida a, por le menos, 33 idiomas, el mundo será, de ahora en adelante, estrecho y conocido.

Y ese es precisamente el valor de un Nobel: la difusión planetaria de la opinión lapidaria.

Sin el Nobel, Vargas Llosa, con la fuerza de sus ideas y la energía de sus convicciones, sembró en el Perú las reformas cuyos resultados hoy cosechamos. 

En mis años en Paris, recuerdo el programa de TV "bouillon de culture" (hervor de cultura) presentando a los "tres escritores más importantes del planeta". Adivinen quién era uno de ellos.

Luego en Washington, fui testigo de cómo sus artículos en El País eran devorados por batallones de funcionarios internacionales. La "golpiza" a Gaviria es hasta ahora memorable.

El artículo "pan y libertad" (1999) me empujó a leer "desarrollo como libertad" de Amartya Sen. Y "el olor de la pobreza" (2006) me hidrató en el tema del agua.

A lo largo de mi vida, aquí y allá, he participado, con emoción y pasión, en cientos de discusiones alrededor de sus luchas, imágenes y sueños. 

Y no siempre he querido al escribidor. De hecho no voté por él en 1990, mi primera elección.

Sin embargo, por esa constancia en publicar que sólo tienen los nacidos para ganar, con el tiempo, me acostumbré a leerlo, aprendí a conocerlo, me convencí de sus intenciones y me adherí a sus pasiones. La defensa de la libertad es el motor que mueve mi vida. 

Lo que el ser humano busca cada vez que se zambulle en una lectura es ser simplemente distraído o convencido.

Las imágenes nos hacen volar. El sentido común nos seduce completamente. La razón es demasiado fuerte para decirle no. 

Y Vargas Llosa tiene imágenes en sus novelas y sentido común en sus artículos, en cantidades industriales. 

¡Qué increíble tendencia la del Perú del siglo 21! ¡Todo nos sale bien! Hemos pasado de sentirnos un país salado a sabernos un país azucarado. 

El Perú ya no se jode, señores. Con Vargas Llosa escribiendo como pez en el agua, el paraíso está en esta esquina.

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